Laica o Libre

Primavera del 58. En las calles toda la estudiantina argentina. Le estaban por aplicar la primer puñalada trapera a la escuela de Sarmiento bajo la cobertura perversa de la libertad de enseñanza. Lo iban a conseguir. La gran batalla callejera fue la avant premier del vacimiento y el genocidio. Laicismo, verdadera libertad y gratuidad empezaron a ser pasado. Enseñanza privada y privilegiada con subvención estatal. Un repaso de los que no arriaron banderas y de los traidores.

14.5.06

"SALI AL BALCON, MI QUERIDA MARIPOSA"

Una escena repetida que no vale comentar. La Noche de los Bastones Largos. Directa secuela de la derrota del '58.

Los asistentes charteados, grupís y hasta algún convencido por cuenta propia se encolumnaron, y como si no estuviera programado fueron hasta la Plaza de Mayo. Repitiendo un creativo rosario de slongans como ¡Libertad! ¡Libertad! o Risieri a Moscú, sobre el cordón de Balcarce pidieron a gritos la presencia del presidente.

En el Balcón del General, por supuesto.

No se hizo rogar mucho, a decir verdad. Había llegado a tan alto rango después de fracturar al viejo partido de Alem y pactar en Caracas el voto peronista, en la carta orgánica de su fracción estaba su profesión de fe por los principios de la Reforma Universitaria y en febrero de ese año, de manera aparentemente intempestiva, había sacado a relucir una conquista de la Iglesia Católica sobre el efímero jefe de la Revolución Libertadora, general Eduardo Lonardi, y puesto en el candelero entregarle a la iniciativa privada la prerrogativa de entregar títulos universitarios habilitantes. Entre ellos su propio hermano, rector de la UBA, se estrujaron la mollera buscándole un porqué a quien iba a hacer de la perfidia y el panquequismo una de las bellas artes, y más encima resultar reivindicado por una historiografía chirle como un estadista brillante y poseedor de una inteligencia como pocas.

En la aventurita populista de pisar el popularmente sacralizado espacio lo flanquearon Alfredo Roque Vítolo, ministro del Interior, Oscar Alende, (a) El Bisonte, gobernador de Buenos Aires, y monseñor Antonio Plaza, arzobispo de La Plata. Cuando retornaran al despacho, se agregarían el tucumano Celestino Gelsi, Mariano Castex y otros prohombres del momento. Los escépticos o amnésicos, si todavía dudan, pueden consultar crónicas y documentos fotográficos de la época. La apatía y falta de convicción de los presentes, inversamente proporcional a sus niveles de vida, convirtió a los que creyeron que se trataba de algo parecido a un momento histórico en una monigotada de tristísimas proyecciones.

El 30 de noviembre de 1978, a dos décadas de lo sucedido y en pleno apogeo de la hasta ahora más feroz dictadura genocida, la agencia oficial de Clarín en la capital bonaerense despacharía lo que sigue: "En el Colegio San Cayetano de los padres teatinos de esta ciudad se llevó a cabo un acto evocativo de la Ley de Enseñanza Libre con la presencia de 200 alumnos de colegios primarios y secundarios privados, rindiéndose, paralelamente, un cálido homenaje al arzobispo monseñor Antonio J. Plaza por su consagración y esfuerzos, desde 1956, en favor de la escuela católica argentina." Ya habían pasado veinte años en un país que olvida a los veinte minutos, y a la hora de los blanqueos el purpurado no se anduvo con chiquitas, menos tratándose de un epicentro como La Capital Nacional del Capitán Capucha, la de La Noche de los Lápices, y encima ya éramos campeones del mundo. "El ex presidente Frondizi", remarcó, tal el verbo usado por el corresponsal, "cumplió los compromisos y tuvo coraje cívico para estas realizaciones en pro de la libertad de enseñanza y la interrupción de su gobierno dejó inconclusos propósitos relevantes de apoyo sin retaceos a la escuela católica."

¡Qué injusticia! Cuánta intolerancia religiosa, ¿no?

Este prelado, que hizo méritos de sobra para ser uno de los más nefastos entre los muchos nefastos que ha padecido y padecerá la República Argentina por obra, virtud y gracia del principal pacto preexistente en el preámbulo constitucional y que tiene de manera no muy difundida que las actividades, balances y demás del Banco Provincia sólo pueden ser conocidas por el titular de la Casa Rosada, ya había hecho pesar sus influencias para que el Vaticano le levantara la excomunión a Juan Perón, y poquito antes del sentido recordatorio del 20° aniversario, había hecho oídos sordos a los ruegos familiares para que intercediera ante el jefe de la Policía Bonaerense, el entonces coronel Ramón Camps, y devolviera con vida a un sobrino de su propia sangre que había chupado entre los otros cuatro mil que se jactó como obra personal ante la prensa europea. El propio Arturo Frondizi, que fue a parar a Martín García --sin banda ni bastón-, después de un total aproximado de 132 chirinadas, cuartelazos, zapateos, intentos de golpe de Estado, inquietudes en todas las armas y de todos los calibres, que en el colmo del patetismo le pidió a su correligionario por partida doble, ya que también él hincha de Almagro, un club de 1a. B., el presidente Raúl H. Colombo -presidente de la AFA y de celador a rector, sin estaciones intermedias, de un colegio secundario gracias a su impenitente oficialismo y compartir ambas camisetas-, que organizara un partido internacional para postergar las iras castrenses; aunque sea noventa minutos más en el silloncito, y el 2 a 1 a México en un nocturno en el Monumental los sulfuró todavía más, tuvo en su propia familia un hermano y un sobrino segados por la picadora de carne del Proceso, y eso jamás obstaculizó su irredenta admiración por lo que entendía una tarea patriótica y necesaria.