Laica o Libre

Primavera del 58. En las calles toda la estudiantina argentina. Le estaban por aplicar la primer puñalada trapera a la escuela de Sarmiento bajo la cobertura perversa de la libertad de enseñanza. Lo iban a conseguir. La gran batalla callejera fue la avant premier del vacimiento y el genocidio. Laicismo, verdadera libertad y gratuidad empezaron a ser pasado. Enseñanza privada y privilegiada con subvención estatal. Un repaso de los que no arriaron banderas y de los traidores.

14.5.06

PARTIDOS POR EL EJE Y AL MEDIO




Jorge de la Rúa, en nombre del clan familiar, en la Córdoba del '58, a pesar de que su partido estuvo a la cabeza de la Reforma cuatro décadas antes, fue la voz cantante de los Verdes. Casi medio siglo después, como ministro de su nefasto hermano, sería ministro de Justicia de la cuasi disolución y siete muertos más para el misterio.





Ni el más palurdo de los alineados con los violetas, que decían defender la enseñanza laica, jamás cuestionada, dejó de estar íntimamente convencido que lo que estaba en juego era la escuela de Sarmiento. Con la misma enjundia, en la otra vereda, no había uno solo, así no tuviera en el bolsillo ni una chirola para un caramelo, que era la salvación divina la que los sacaría de las mazmorras tiránicas y asesinas del comunismo internacional con capital reconocida en Moscú y agentes perfectamente entrenados allí y en las otras capitales detrás de la zarandeada y pregonada Cortina de Hierro, luego del correspondiente lavado de cerebro, para atraer a los chichipíos con sus cantos de sirena.

Y entre los de arriba, mejor ni hablar. Irreconciliables. Agua y aceite. El ya citado Sanguinetti hace expresa mención a esta inútil e inexistente confrontación confesional, pero también acepta que en materia educacional, sin pulcramente meterse en otros ámbitos, desde la Reforma del 18 habían quedado pendientes cuestiones varias entre los laicos y la Iglesia. Los factores históricos son incontrolables y septiembre de 1958 surgió como el momento adecuado para dirimirlo .

La estudiantina ruidosa, bastante escandalosa y muy proclive a dirimir todo a cascotazos, estuvo a cargo de los secundarios, un ámbito junto con el primario donde la Iglesia seguía logrando avances, amén de todo el inmenso terreno conquistado. Pero era la primera vez que se atrevía a tratar de meter baza en las universidades, un bastión jacobino que se creía inexpugnable. Ese mismo 2 de septiembre, en la vieja casona de Viamonte 430, el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras organizó un acto donde hablaron Abel Latendorf -del ala dura del todavía no escindido Partido Socialista-, el subdirector nacional de Cultura, Ismael Viñas -un izquierdista que había creído en el canto del cisne- y en nombre de los estudiantes, Eliseo Verón, un científico social brillante que terminaría ablandado por la Sociedad de Consumo y sus tentaciones varias. En las casas de cambio el dólar alcanzó un récord histórico y los bancarios y obreros de la carne estaban en pie de guerra, sin contar con que entre los aviadores había ganas de hacer unos vuelos rasantes.

Como al día siguiente el Congreso iba a tratar el Estatuto del Docente, la FUA llamó a la movilización. A la mañana la cúpula reformista se reunió con el presidente en Olivos para entregarle un petitorio. La pacatería del lenguaje formal señaló que la reunión fue tensa. Todo lo contrario del clima que campeó en el encuentro con monseñor Plaza y en las declaraciones oficiales a posteriori, donde el autor del intransigentemente nacionalista Petróleo y Política, los recursos del subsuelo jamás debían entregarse, ratificó a rajatabla su convicción en favor de la libertad de enseñanza.
En otros términos, si algo le faltaba para confirmarse, la guerra acababa de ser declarada.

A falta de mayores conflictos, en conferencia de prensa, el presidente de la comisión parlamentaria respectiva, Alfredo Lorenzo Palacios, el primer diputado socialista de América desde hacía 54 años, declaró nulos a los contratos petroleros, y durante tres horas explicó los fundamentos. Si hacía falta combustible para el incendio total, ya estaba. Pero el inicio formal de las formidables movilizaciones y batallas callejeras con la policía, que durarán con toda intensidad dos semanas sin parar, empezando a amainar paulatinamente luego, fue el jueves 4 de setiembre. Los colegios nacionales Buenos Aires y Avellaneda, la Escuela Normal N° 2 y el Liceo N° 2 salieron con todo. En el primero de los nombrados, algo así como la excelencia y el símbolo mismo de la educación -el escenario de la Juvenilia de Miguel Cané-, los activistas entraron directamente con garrotes y arriaron con cualquier atisbo de neutralidad entre la estudiantina remisa o que pretendía continuar con la premisa peronista de casa al trabajo y el trabajo, a casa. A la noche, el ministro McKay dirigió un mensaje por radio. Las cifras, aunque oficiales, eran ciertas en cuanto a que todavía en la mayoría de las instituciones secundarias se mantenía cierta normalidad en las clases, pero todo estaba todo listo para el estallido. La explicación del ausentismo en las escuelas profesionales de mujeres fue que se había debido fundamentalmente a la lluvia. Tamaña argumentación fue motivo de las más implacables humoradas.

Pero el epicentro estuvo en la vieja Facultad de Ciencias Exactas, la que ocho años después va a ser el objetivo único, principal, de La Noche de los Bastones Largos para liquidar de manera definitiva casi medio siglo de cultura nacional, sobre todo pegando en el talón de Aquiles de los años que se venían, desarticulando camadas enteras de ciencia y tecnología. El orador principal fue Risieri Frondizi. Caminando peligrosamente por el filo de la ética de su condición de rector de la UBA, los lazos de sangre con la máxima autoridad (por lo menos formal) del país, fue el encargado de poner los puntos sobre las íes y centrar en qué consistía el fondo del conflicto.

El marco fue impresionante. No sólo los balcones de todos los pisos sobre el patio central rebasaban de estudiantes y carteles. También todos los alrededores, a pocas cuadras de la Casa Rosada.

El comienzo marcó un tono que no abandonaría:

-Deseo que se reconozca el derecho del rector a opinar como ciudadano y a expresar libremente, aun con pasión, las ideas que sustenta. Si tuviera que renunciar a este derecho, preferiría hacerlo a la investidura. Por encima de toda investidura está la persona humana y el ciudadano que desea hacer uso de una libertad esencial.

Aclarado el terreno, pasó al ataque:

-No daríamos este paso si no tuviéramos la certeza de la gravedad de la situación y el convencimiento de que la libertad de cultura está en peligro y que su defensa es nuestro primer deber -señaló el hombre proveniente del campo de la filosofía y autor de varios ensayos en la materia, aparte de la cátedra. -Hablemos claro, señores: no puede traficarse con los principios.

La ovación lo barrió y fue sostenida. Nunca un rector de la más reputada universidad de Latinoamérica había llegado hasta allí y logrado semejante apoyo de todos los claustros.

-Que lo haga quien tenga la conciencia moral de vacaciones -alcanzó a meter cuando el borbollón bajaba y fue peor porque hizo pesar más el tenor de la nueva arremetida vocinglera.

La juventud es maniquea, jamás benigna. Pero fundamentalmente es incondicional hasta las últimas:

-¡Risieri, te seguimos! -fue la consigna espontánea durante un largo rato.

-El Poder Ejecutivo confunde el principio de la libertad de enseñanza con la entrega a instituciones nonatas del derecho de otorgar títulos habilitantes, el que le corresponde exclusivamente al Estado.

Fueron mazazos tras mazazos:

-Las universidades privadas han copiado lo peor que tienen las estatales: el profesionalismo. A ellos no les interesa la búsqueda de la verdad. Prefieren lanzarse inmediatamente al mercado de la venta de títulos.

Y otro rugido cavernario.

-Comenzaron por la cáscara, con la vana esperanza de que el calor oficial les permitiría incubar el huevo infecundo. Las instituciones creadas por iniciativa privada, en contraste con las que dependen del Estado, son universidades privadas, no libres.

Lo siguió uno más.

-Lo libre se opone al concepto dictatorial o sectario. La libertad significa falta de coerción física o espiritual. La libertad de enseñanza está íntimamente ligada con la libertad de cátedra, y si no hay libertad de cátedra, la libertad de enseñanza es una ficción.


Y otro. Era el catecismo de la Reforma del 18. Prácticamente le faltaban sólo las comillas.


-Estamos dispuestos a volver a la pacífica y patriótica labor constructiva en la que estábamos empeñados. Para ello será necesario, primero, que el Congreso de la Nación derogue el artículo 28; segundo, que el Congreso sancione en este período de sesiones la ley universitaria que permita trabajar en paz y por el bien del país; tercero, que el Poder Ejecutivo se deje de hace política con las cuestiones educativas y que recuerde que fue elegido para gobernar y no para traficar en el mercado de los intereses políticos con las conquistas culturales del pueblo argentino.


Fueron alargados minutos por la magnitud de la ovación. Le estaba hablando a su hermano de sangre. La controversia también ya había partido amistades. Las miradas, entre los jóvenes, no importaba el sexo o las edades, antes que a cualquier otro lado, iban a la solapa izquierda para ver si la cintita en V, prendida con un alfiler, era violeta o verde.