Laica o Libre

Primavera del 58. En las calles toda la estudiantina argentina. Le estaban por aplicar la primer puñalada trapera a la escuela de Sarmiento bajo la cobertura perversa de la libertad de enseñanza. Lo iban a conseguir. La gran batalla callejera fue la avant premier del vacimiento y el genocidio. Laicismo, verdadera libertad y gratuidad empezaron a ser pasado. Enseñanza privada y privilegiada con subvención estatal. Un repaso de los que no arriaron banderas y de los traidores.

14.5.06

CONCIENCIA Y CUARTOS INTERMEDIOS

Santafesino y socialista Guillermo Estevez Boero, luego parlamentario: una lápida, más que una carta.

El tema puso a la luz las contradicciones y rejuntes, pegamentos con saliva y otros emparches que había bajo las mismas banderas, programas y principios. Para colmo, el dichoso artículo 28 era una obra maestra de lo sibilino. Como ya lo había señalado en su momento el elegante y preferido del otro sexo, el santafesino Horacio Thedy, heredero nada más que por turno del tremendo hoyo dejado por el suicidio de Lisandro de la Torre, en una de las reuniones de la nunca bien ponderada Junta Consultiva, mezcla rara de minicongreso y fascio fato in casa: "Me gustaría conciliar dos cosas: las palabras del señor ministro [McKay, en el informe previo] con el texto frío del artículo ventiocho. Si nos atenemos al artículo, resulta que puede haber universidades privadas con la facultad expresa de otorgar títulos."

En todos los bloques hubo bochinches. Todavía no se hablaba de listas sábanas. Si la banca era del ciudadano elegido o del partido para votar en patota. La asquerosidad que puso la nota estuvo en la cámara alta, donde el oficialismo aprobó la vueltita de tuerca que le encontró el diputado Horacio Domingorena, pero al hacer uso de la palabra no hubo uno que no las repudiara todas. Una demostración práctica de que en la Argentina siempre es posible sentarse con el mismo traste en dos sillas.

En la barra, un cura de civil, apellidado Camargo, según La Razón, ofreció mil misas por el éxito obtenido:

-Dios nos está ayudando descaradamente -confesó a los cronistas con un caradurismo no tan divino.

A todo esto, en el interior ardía Troya. Y no sólo por el abandono en masa de las aulas sino porque las respectivas policías no le hacían asco a meter bala. En Tucumán, un estudiante perdió una pierna como consecuencia de un balazo de las entonces calibre 11,25, más conocida popularmente como la 45, marca Ballester Molina. En Rosario, llegó a tanto la barbarie policial, que para la época se llegó al colmo de decretar varias cesantías. El funcionario Antonio Salonia tuvo que ir en persona a tratar de calmar las iras cordobesas. En La Plata, que ya era zona de operaciones de monseñor Plaza, la Policía, a la que todavía no le decían La Maldita -y que en 1965, con el siguiente gobierno radical, acribillaría a tiros la fachada del Congreso Nacional-, mandada por el Bisonte Oscar Allende, sobre todo el Escuadrón de la Montada. al que se llamaba Los Cosacos, repartía sin asco y con el sable desenvainado. Incluso inauguraría el método nazi de rastrear judíos: tirando sobre los jóvenes la Brigada de Perros, algo que se verá en detalle enseguida, en La Tarde de las Caperucitas.

Pero el drama individual de la escisiones internas, de los vaivenes de la conciencia, de la suciedad de la política y la confianza infantil que deposita la gente en los dirigentes tuvo nombre y apellido: la diputada oficialista Nélida Baigorria, una maestra primaria delgadita que vestía como maestra primaria, se maquillaba como maestra primaria, hablaba como maestra primaria, se le vino el mundo encima como a todas sus colegas y respondió como lo que era: una maestra primaria.


En uno de los tantos debates, donde las intervenciones subían de tono y los insultos de calibre, más de una cachetada despeinando a un contrincante cercano, la campanilla de llamada a todo lo que da, un diputado del viejo tronco radical que comandaba el legendario caudillo bonaerense Crisólogo Larralde, orillero, de Berisso y Ensenada, señaló que la aprobación llevaba consigo abandonar la neutralidad en materia programática estudiantil para financiar el dogmatismo ajeno.

Entre los aplausos, vítores y palmaditas de sus correligionarios, de pronto Nélida Baigorria levantó la mano para pedir la palabra, le fue concedida y solicitó como excepción un cuarto intermedio de quince minutos:

-Necesito poner en claro mis ideas, señor presidente, y serenar un tanto mi espíritu antes de la votación definitiva.


Caballeros al fin, diga lo que se diga, la solicitud fue aceptada entre la algarabía de los viejos radichetas, mientras que los del bloque oficialista que a la pasada la acompañaron con piropos como: "Te vas a dar vuelta, traidora hija de puta. ¿Te esperan con el sobre?" y otros más o menos parecidos sobre la vieja y conocida profesión en que hay que pagar primero para que no haya quejas después.

Pasó el tiempo acordado, reiniciada la sesión la maestra primaria Nélida Baigorria hizo uso de la palabra:

-Posiblemente en ningún momento de mi vida política tenga que decir otro discurso como éste. Esta es la dolorosa experiencia del reaprendizaje. Con toda honestidad yo digo en esta cámara que me he equivocado porque no oí más allá de mis palabras. Y esta interpretación, que pudo haber sido absolutamente capciosa, pudo llevarme a mí, en determinado momento, a aparecer ante la gente como abjurando del credo de toda mi vida y del que yo no he de abjurar jamás.


Quebrada por la emoción y la gritería cruzada de las bancas, alcanzó a rematar:

-Movida por estas razones, retiro mi proposición.

Afuera, enterados por las radios, la estudiantina laica se abrazó, cantó, vitoreó, revoleó banderas y pañuelos. Es que no era un piojoso voto más o menos. Desde el medio del aula de la escuela del viejo Sarmiento, un dedo acusador marcaba a las falsas conciencias y ahora sí dividía las aguas para siempre.

Y para colmo, con semejante apellido. Había que cantarlo a lo que se cifraba en el nombre, como reclamaba Borges. Pero era un país conmocionado, tocado en lo más hondo de su precaria identidad y principios. A la valentía de la maestra primaria que se echaba al monte con el mono al hombro, una contracara tan o más dura se encargaría de mostrar lo amargo de la traición y la defección.