Laica o Libre

Primavera del 58. En las calles toda la estudiantina argentina. Le estaban por aplicar la primer puñalada trapera a la escuela de Sarmiento bajo la cobertura perversa de la libertad de enseñanza. Lo iban a conseguir. La gran batalla callejera fue la avant premier del vacimiento y el genocidio. Laicismo, verdadera libertad y gratuidad empezaron a ser pasado. Enseñanza privada y privilegiada con subvención estatal. Un repaso de los que no arriaron banderas y de los traidores.

11.5.06

RUTINA, DESGASTE Y CANSANCIO

El Gringo Tosco, una década después, en época del Cordobazo.

Fueron muchos días seguidos.

Demasiados.

El Gobierno hubiera dado cualquier cosa por hacer que por decreto fuera 30 de noviembre. Y encima con las universidades y colegios tomados. Sucios, casi sin poderse cambiar de ropa, mal comidos, barbudos y otras cosas empezaron a minar la euforia primera. La alegría se fue de las camorras cotidianas. Empezó a haber gestos agrios en la mayoría de las caras. Además, la gente, el dichoso argentino común había superado el veneno por los soplamocos futboleros recibidos en Suecia y prácticamente era un obsesión diaria trenzarse en alguna Cadena del Dólar. La city porteña era un hervidero diario de colas para comprar cheques de U$S 5,90 y anotarse para mandárselo al primero de alguna de esas cadenas. Once veces después -aseguraban-, sobre los fieles creyentes lloverían torrentes de plata verde. Es alucinante comprobar cómo se recicla en forma periódica el contingente estable de pelotudos.

La parte trasera del Normal N° 3 Almafuerte, donde concurría a cuarto año el autor de este trabajo, lindaba con la iglesia de San Ponciano, de 58 y 8, y desde los altos de la sacristía, con dos reflectores que patrióticamente les habían prestado los bomberos del Bisonte, no dejaban dormir, barriéndonos constantemente como en las películas en blanco y negro mostraban que sucedían en los alrededores de los campos de concentración, horas enteras, total era gratis y divertido. Un militante trajo un 38 largo, y a las detonaciones de los balazos hubo que agregarle la considerable explosión de los poderosos focos. Encima, ya que se estaba en esa, se practicó tiro al blanco con los hermosos vitraux de toda la parte oriental de la nave, seguramente reliquias históricas, y saltaron hecho añicos hostias, Espíritus Santos y varia otra iconografía, vandalismo que las circunstancias incubaban.

El tiempo se ha encargado de darle un dimensión histórica totalmente distinta a lo ocurrido y su trascendencia; todo lo que estuvo en juego y también lo que formó parte de ese juego. En Córdoba, la cabeza visible y orador puesto de los verdes era Jorge De la Rúa, quien con los años llegará a Ministro de Justicia del aciago, por decirlo de alguna manera, del desquicio que fue la fanfarria de la presidencia de su hermano; una familia siempre solícita con la curia de turno, ya sea en golpes o en bendecidos intentos de estafa. El crecimiento de los reporteros gráficos fue tan increíble que se hizo costumbre vapulear a destajo a los que no daban razones suficientes o exhibían credenciales demasiado creíbles. Muchos de ellos bajaban de coches negros último modelo de los que usaba la gente de Guillermo Patricio Kelly, quien junto con José Cersarsky, acababan de ser procesados por tenencia de armas y explosivos de guerra encontrados en un allanamiento del 14 de agosto al local del Comando Táctico Peronista, ubicado en la poco popular barriada del tercer piso de Santa Fe 1183. Temprano en la tarde, cuando empezaban a llegar los primeros grupos de aquel histórico y olvidado viernes 19 de septiembre de 1958, parlamentarios radicales como Arturo Mathov, con cajas de zapatos, repartían cintitas violetas con un alfiler entre los estudiantes que no llevaban el signo identificatorio en el pecho, a la altura del corazón. El otro era un diputado bonaerense, gordito, de bigote, gesto adusto y trato bonachón, campechano, hijo de un gallego almacenero y una madre hija de ingleses estancieros de Dolores que cobijaron a los Libres del Sur contra Don Juan Manuel, el Restaurador de las Leyes. Lucía un ambo de confección gris oscuro, bastante común el tono y desaliñado, fundillos bolsudos y pantalones arrugados, más un viejo portafolios marrón, y solía viajar de parado en el último Río de la Plata de los viernes a la noche a Chascomús, de donde era oriundo, porque no tenía auto particular. Llegaría a Presidente de la República en una de las etapas más negras de las muy negras que había tenido y tendría el país.

A la Reforma Universitaria de 1918 políticamente la hicieron los radicales de la intransigencia cordobesa e yrigoyenistas, los socialistas, los demoprogresistas que en realidad eran la cabeza de Lisandro de la Torre -el Fiscal de la Patria- y los comunistas. Cuatro décadas después, aun con los cambios y vidas que se lleva el tiempo, estuvieron los mismos. El peronismo no brilló con su ausencia; estuvo presente y avaló todo con su silencio. Un viejo compinche, que marcaba su rancia estirpe, como el único representante del sellito Partido Conservador Popular, Vicente Solano Lima, quien va a llegar como compañero de fórmula del interinato del Tío Héctor Cámpora y su círculo de amigos de la Tendencia, apostó todas las fichas al artículo 28.

El estribillo, particularmente comunista de esos días, reflejaba en la consignación más una aspiración que una realidad:



Obreros y estudiantes,
unidos, adelante.

El único grupúsculo de trabajadores organizados, con una gran pancarta, alcanzó a ubicarse en la esquina de Rivadavia y Callao, casi dándole la espalda a la Confitería Del Molino. Fue recibida con una ovación y el cantito que parecía querer hacerse realidad. El cartel decía:




CGT - Regional Córdoba

PRESENTE

La euforia no dejaba ver la quimera. Eran poquitos, pero en serio. No se habían hecho 800 kms. para hacer turismo a costas de las arcas sindicales. A pesar de que carecía de la relevancia que iba a adquirir una década después, como líder de la máxima revuelta popular contemporánea que tuvo el país -el Cordobazo (mayo 1969)-, uno de los palos de la gran pan carta lo sostenía un muchachito rubión, medio gordito, de campera y pelos lacios despeinados, perteneciente a un sector que empezaba a asomar como una elite, como fue la de los obreros superespecializados y tecnificados de la nueva etapa capitalista y su reflejo en la industria. Era Agustín Tosco, (a) El Gringo, un marxista independiente que estaba dando los primeros pasos como dirigente gremial en un ambiente bastante adverso para alguien así. En la cabeza que salió de la Facultad de Derecho, los cronistas distinguieron, entre otros, al entonces estudiante Néstor Martins, quien ya recién recibido de abogado se convertiría en el primer desaparecido oficial de la etapa que comenzaba a cargo de la Triple A, y también Roberto Quieto, (a) El Negro, quien fundaría las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), que se aliarían a los Montoneros como el único grupo de izquierda que tuvo este sector, y que fuera secuestrado en la peor etapa del Proceso, en un restorán de Olivos, con su familia, vista al río y sin custodia, en un episodio nunca esclarecido y que presuntamente jamás se aclarará, ya que a los pocos días de estar en poder del presunto enemigo, sus aparentes camaradas lo condenaron oficialmente a muerte en un pomposo y tétrico comunicado con la inapelable sentencia por traición y delación. Otro nombre que aparece recogido en las crónicas de entonces es el de Eduardo Duhalde, homónimo del que llegaría a presidente de la república en forma ocasional y para pesificar, permitiendo que la banca internacional se llevara limpitos casi 90 mil millones de dólares. Pero éste fue junto con su socio del estudio, Rodolfo Ortega Peña, una de las primeras víctimas de la arrasodora ola iniciada por las Tres A en 1974.